8M: Día Internacional de la Lucha por la Igualdad de la Mujer

Hoy, en redes sociales, es inevitable encontrar menciones sobre la importancia de este día. Algunas personas felicitan a las mujeres, mientras otras recuerdan que no es un día de celebración, sino de reflexión y reivindicación. ¿Y yo? ¿Qué puedo decir desde mi espacio personal? ¿Es necesario pronunciarme? Creo que sí, porque hablar de esto es un acto de apropiación de mi historia y de reconocimiento de las experiencias compartidas por muchas mujeres. Tal vez alguien se vea reflejada en estas palabras, y si eso le ayuda a reencontrarse consigo misma, habrá valido la pena.

Hoy quiero alzar la voz desde un lugar de claridad, sin que el dolor opaque el mensaje, sino transformándolo en fuerza.

El patriarcado ha dejado heridas muy profundas en nosotras las mujeres. Nos ha marcado de una manera en la que creemos que necesitamos a un hombre en nuestras vidas para sentirnos completas, darnos permiso, explicar lo que nosotras queremos decir, darle significado a nuestras acciones, emociones y sentimientos, a decidir sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Y eso no es así. No estoy en contra de los hombres, estoy en contra de estas ideas erróneas que nos quitan toda la autoridad que nos pertenece en estas y todas las áreas de nuestras propias vidas como mujeres.

La vida que se recupera cuando decidimos hacer un cambio en nuestras vidas es la nuestra. Nadie más ha caminado mis pasos, ha sentido mi hambre, ha vivido el control sobre mi vida o la violencia disfrazada de amor. Hemos vivido en un engaño en el que incluso algunos agresores también están atrapados.

Durante años creí en la idea de que ser mujer significaba atender a la familia, el hogar y, si quedaba tiempo, perseguir mis sueños. Me exigían el trabajo doméstico, la comida en la mesa, el cuidado de los hijos y la satisfacción física y emocional para alguien más. Normalice el vivir en esta precariedad sin recibir el mismo cuidado de regreso. Comencé a sentir que estaba muriendo en vida. 

Hoy, afortunadamente estoy en otro espacio física y emocionalmente y me pregunto: ¿Cómo puedo hacer una diferencia? ¿Cómo visibilizar lo que hemos vivido desde el vientre de nuestras madres? La violencia no es algo externo; ha sido normalizada en nuestras vidas, en nuestras casas, en la calle, en el trabajo. Y el silencio la perpetúa. Por eso, hablar es un acto de resistencia. Y creo que hay diferentes espacios en donde podemos hacer la diferencia y no tiene que ser estruendoso para que sea poderoso.

Hoy entiendo que elegirme a mí misma es revolucionario. El amor propio, la autonomía y el autocuidado han sido distorsionados para hacernos sentir culpa al ponernos primero de manera consciente. No necesito justificar por qué descanso, por qué cuido mi salud mental, por qué priorizo cada bocado que llega a mi boca para alcanzar o mantener mi bienestar. Durante mucho tiempo llamé “amor” a lo que en realidad era negarme a mí misma para poner a los demás primero. Hoy reconozco que mi bienestar no es negociable.

La lucha comienza en mí. Recuperar lo que cedí no depende del exterior, sino de mi decisión de reconstruirme. Ahora tengo conciencia. Puedo hacer pausas. Puedo elegir distinto. Y este 8 de Marzo quiero hacer eso: reflexionar sobre cómo el cambio empieza desde dentro. Porque cuando actuamos desde el amor propio, impactamos a quienes nos rodean. Como una gota en el mar, espero que este mensaje resuene y se expanda.

Si estas palabras encuentran eco en ti, quiero recordarte que tu bienestar importa. No estás sola. Estamos juntas en este camino, aprendiendo a navegar entre las olas de la vida. Sigamos “luchando” desde nuestro amor propio.